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miércoles, 24 de noviembre de 2010

La atención

“La observación es como una llama -la llama de la atención- y con esa capacidad de observación, la herida psicológica, el sentimiento de que se nos lastima, el odio, todo eso se extingue, desaparece”.
-J. Krishnamurti

Habitualmente estamos hipnotizados por nuestros pensamientos, ideas y creencias sobre las personas, objetos y situaciones con los que interactuamos. Nuestra atención va saltando, a veces de forma descontrolada, de un punto a otro, o es capturada por nuestras preocupaciones y estados de malestar.
De esta forma, puede suceder, por ejemplo, que estemos ante un paisaje muy bello, pero interiormente, estemos centrados en el disgusto que tuvimos esa mañana en casa o en el trabajo. Entonces, ese conflicto es lo que es real en ese momento. Estamos allí, ante ese paisaje, pero realmente no estamos.
Por ello, vivimos como dormidos, abstraídos por nuestros pensamientos, por las ideas y concepciones que tenemos sobre las personas y los objetos que nos circundan.
La vida espiritual puede definirse como la búsqueda incesante de la divinidad que hay en nosotros mismos. En esa búsqueda, es necesario que progresivamente nos vayamos desidentificando de nuestras ideas, concepciones, sentimientos y experiencias. La práctica de la Atención es el camino que conduce en ese sentido.
Gracias a la Atención, conseguimos abrirnos totalmente al presente para permitir que lo que nos acontezca en ese instante, nos inunde. Supone una apertura de nuestro interior a la experiencia y a los hechos. Como dice Antonio Blay “Se trata de no «cerrarse» al impacto de lo exterior, de no «filtrarlo» a través de la mente y de su censura, sino de abrirse totalmente (…) Es vivir el presente de un modo directo, inmediato, sin intermediarios, con la mente y el corazón abiertos. Es ofrecer nuestra vida totalmente como respuesta inmediata a la situación. Y esto producirá en nosotros una actualización interna de fuerza, de realidad, de seguridad, de paz; así recuperaremos poco a poco lo que ha sido siempre nuestro.”
La práctica de la meditación nos conduce a momentos en los que se experimenta esa atención. Esta práctica es útil en su aprendizaje. Pero reducir el trabajo de la Atención a esos momentos concretos no es suficiente. La verdadera transformación se alcanza al extender esos momentos meditativos a lo largo de nuestra vida cotidiana.
A diario hacemos uso de estrategias evasivas y deformadoras de la realidad, para así adaptar el entorno que nos circunda y con el que interactuamos, a nuestros deseos y necesidades. La Atención incide en aceptar las cosas tal como son. Entre otras cosas, porque resulta fantasioso que yo espere que esta o aquella persona cambie para ser feliz, o que determinadas circunstancias sean diferentes para que yo alcance eso que deseo.
Hemos de dejar de acomodar nuestro exterior, de intentar cambiar lo que nos rodea -personas, objetos, situaciones- porque el único cambio posible radica tan solo en nosotros mismos, en nuestro interior.
Al hablar de la Atención, podemos creer que es algo similar a la concentración, más si cabe, al haber nombrado ya a la meditación. Pero no es lo mismo. Cuando nos concentramos, enfocamos toda nuestra energía en un punto determinado, y como el pensamiento al poco tiempo se distrae, mantenemos una lucha entre nuestro deseo de concentrarnos y el control de nuestra mente para que no se disperse. En la Atención, por el contrario, no hay ningún intento de control. Como dice Krishnamurti “Es una atención completa, lo cual quiere decir que uno pone toda su energía, sus nervios, la capacidad, el poder del cerebro, el corazón, todo, en el acto de atender. En la atención no hay control”
Cuando uno está Atento, no hay acción alguna que provenga del recuerdo, de experiencias pasadas, porque se modera el uso abusivo de procesar todo lo que nos acontece. Internamente ya no es necesario registrar el insulto, la alabanza, el que me presta atención o el que no, etc. Obviamente sí registramos aspectos relacionados con nuestra existencia, pero esto es diferente a emplear recuerdos de experiencias pasadas que guíen nuestra conducta en las interacciones diarias. Cuando afrontamos una situación desde estos recuerdos, o de ideas elaboradas a partir de ellos, simplemente, no estamos atentos.
Constantemente estamos valorando y juzgando las conductas y actitudes de quienes nos rodean. La Atención es una observación sin valoración, ausente de crítica y de prejuicios. Así, de esta forma, inevitablemente, nos abrimos totalmente a la experiencia presente, sin controles de ningún tipo. La experiencia presente vivida de esta forma, no está determinada por otras experiencias vividas, ni tampoco por lo que tendría que suceder.
La Atención no implica dejar de elegir situaciones, personas u objetos. Y, las que se nos presentan, hayámoslas elegido o no, las podemos vivir y experimentar, ahora sí, tal y como son.
Asimismo, nuestro mundo emocional capitaliza nuestras preocupaciones: las actitudes o conductas egoístas de quienes nos rodean, nuestras conductas egoístas (que nos pasan desapercibidas como tales), nuestras esperanzas y deseos frustrados, etc., etc.
La Atención nos auxilia en la superación de estos estados, en primer lugar, al identificar nuestros deseos, después, al descubrir su origen y, posteriormente, a valorarlos de forma crítica, honesta e impersonal.
En un principio será necesario que nos recordemos que todo lo exterior -personas, situaciones y objetos- no son la causa de nuestros problemas, tan solo son estímulos, son el resorte que activa todo aquello que está todavía por resolver, por desarrollar en nuestro interior.
Cuando apreciamos estos estados de malestar debemos iniciar inmediatamente este trabajo de superación.
Las emociones y deseos, una vez identificados y comprendidos, no deben ser ni reprimidos ni negados. Como energías que en definitiva son, podemos desviarlos hacia fines más nobles, más elevados, en definitiva, podemos transmutarlos.
Como podemos suponer, por medio de la Atención, la correcta comprensión de nuestros deseos y emociones interiores conduce irremisiblemente a la aceptación de esos mismos estados en nuestros semejantes. La Atención, en definitiva, desarrolla en nosotros un sentido de unidad con el resto de la humanidad, ya que conlleva, implícitamente, un abandono natural del conflicto y del malestar, tanto con los demás como con uno mismo.
Otro ámbito de la Atención consiste en identificar los pensamientos que tienen lugar en nuestra mente. Nuestras emociones, pasiones, deseos y sensaciones, son todas ellas racionalizadas por la mente, convirtiéndolas, en percepciones mentales. Por ejemplo, algunas personas sienten pánico por las alturas, otras no pueden soportar encerrarse en un ascensor, otros sienten un terrible agobio al verse rodeados de gente, otros desean estar siempre en compañía, y muchos tienen miedo a la muerte, a las enfermedades o al dolor físico. Estas percepciones mentales, al no estar atentos, nos predisponen positiva o negativamente en nuestra vida diaria, dependiendo de la polaridad de la emoción o del deseo que conlleve. Por tanto, nuestros pensamientos suelen estar teñidos de una amplia gama de materia emocional, cuerpo emocional y cuerpo mental funcionan al unísono. Así, el deseo de volver a experimentar una experiencia placentera requiere de la intervención de la memoria. De igual forma sucede con las experiencias desagradables a evitar.
En la vida cotidiana, la mente (concreta o inferior) determina los planes a realizar y moviliza al cuerpo para la acción de satisfacer o rechazar. En cierta forma, la mente es esclava de nuestros deseos, y nosotros, cuando vivimos dormidos, de ambos.
También nos identificamos con esa voz que, en nuestra cabeza, habla y habla sin parar, juzgando, valorando, criticando, quejándose, etc., y claro, nuestra realidad es dirigida caprichosamente por estos pensamientos que van de un lado para otro. Y lo que es peor aún, si no estamos atentos, la mente suele reaccionar automáticamente ante los estímulos que se le presentan. Por ejemplo, ante una situación concreta relacionada con alguna experiencia pasada negativa, la mente la valora como agresiva y acaba reaccionando atacando al estímulo.
Con la Atención conseguimos vivir esos pensamientos como algo distinto de nuestro ser, a la vez que se crea un espacio intermedio entre el estímulo que se nos presenta y nuestra respuesta. Es como cuando decimos “contaré hasta diez antes de reaccionar”: estamos generando un espacio intermedio. Este espacio nos impide reaccionar de manera automática, respondiendo de forma más habilidosa y desidentificada ante estímulo que se nos presenta.
Cuando estamos atentos, elegimos activamente sobre qué implicarse, sobre qué actuar, y seleccionar los pensamientos que tienen lugar en nuestra mente. Esto último es relevante si tenemos en cuenta que, cuando no estamos atentos, en ocasiones reproducimos pensamientos ajenos a nosotros, cuyas vibraciones giran a nuestro alrededor.
Por último, la Atención no es una actitud resignada o pasiva, es una observación total, es una observación participativa, y no distanciada o ajena, en la que se implica todo nuestro ser, por ello, nada le es indiferente.

Alma Betania
www.almabetania.org

martes, 16 de noviembre de 2010

Redescubrir la vida, por Anthony de Mello

Los siguientes vídeos, acabados de subir a Youtube, todos subtitulados en castellano, corresponden a la conferencia dictada por el padre Anthony de Mello, el 15 de Noviembre de 1986 en la universidad de Fordham, en Nueva York retrasmitida por televisión vía satélite a más de 40 universidades de los Estados Unidos.

Estos vídeos, subtitulados en castellano, cuyo vídeo original es Rediscovering Life son una novedad en la red:



Que os sea de vuestro agrado. Un abrazo

martes, 2 de noviembre de 2010

Despertar, por Anthony de Mello

Estimados/as amigos/as. Este mes os recomendamos unos vídeos que hemos recopilado sobre una cursillo de Anthony de Mello.
Desde la sencillez y la claridad de su discurso, si uno lo permite, uno puede llegar a lo más profundo de su ser.
La chispa de divinidad la tenemos justo aquí dentro, en nuestro interior.
Ese es el ver...dadero viaje.
Un viaje para el que no son necesarias las alforjas, más bien al contrario, es necesario desprenderse de todas ellas. Ese reencuentro, ese despertar, nos permitirá beber del Santo Grial. Un mito reformulado desde muchos años atrás. Despertar del sueño provocado por el somnífero de la personalidad, que sigue sin descanso el canto de las sirenas de todo lo que nos rodea.
No hay nada que despreciar ni desdeñar. El despertar nos va abriendo poco a poco la visión profunda para que vayamos encontrando la pequeña verdad en todo lo que nos rodea.
Un abrazo

miércoles, 9 de junio de 2010

Vencer la rutina en la pareja

Con el tiempo, algunas parejas caen en una monotonía letal para el amor. Mantener viva la relación depende de lo que aporte cada uno como persona.
Por Silvia Salinas

jueves, 15 de abril de 2010

Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo, por Hans Küng

Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo
Por Hans Küng

Estimados obispos,
Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI, y yo fuimos entre 1962 1965 los dos teólogos más jóvenes del concilio. Ahora, ambos somos los más ancianos y los únicos que siguen plenamente en activo. Yo siempre he entendido también mi labor teológica como un servicio a la Iglesia. Por eso, preocupado por esta nuestra Iglesia, sumida en la crisis de confianza más profunda desde la Reforma, os dirijo una carta abierta en el quinto aniversario del acceso al pontificado de Benedicto XVI. No tengo otra posibilidad de llegar a vosotros.
Aprecié mucho que el papa Benedicto, al poco de su elección, me invitara a mí, su crítico, a una conversación de cuatro horas, que discurrió amistosamente. En aquel momento, eso me hizo concebir la esperanza de que Joseph Ratzinger, mi antiguo colega en la Universidad de Tubinga, encontrara a pesar de todo el camino hacia una mayor renovación de la Iglesia y el entendimiento ecuménico en el espíritu del Concilio Vaticano II.
Mis esperanzas, y las de tantos católicos y católicas comprometidos, desgraciadamente no se han cumplido, cosa que he hecho saber al papa Benedicto de diversas formas en nuestra correspondencia. Sin duda, ha cumplido concienzudamente sus cotidianas obligaciones papales y nos ha obsequiado con tres útiles encíclicas sobre la fe, la esperanza y el amor. Pero en lo tocante a los grandes desafíos de nuestro tiempo, su pontificado se presenta cada vez más como el de las oportunidades desperdiciadas, no como el de las ocasiones aprovechadas:
- Se ha desperdiciado la oportunidad de un entendimiento perdurable con los judíos: el Papa reintroduce la plegaria preconciliar en la que se pide por la iluminación de los judíos y readmite en la Iglesia a obispos cismáticos notoriamente antisemitas, impulsa la beatificación de Pío XII y sólo se toma en serio al judaísmo como raíz histórica del cristianismo, no como una comunidad de fe que perdura y que tiene un camino propio hacia la salvación. Los judíos de todo el mundo se han indignado con el predicador pontificio en la liturgia papal del Viernes Santo, en la que comparó las críticas al Papa con la persecución antisemita.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de un diálogo en confianza con los musulmanes; es sintomático el discurso de Benedicto en Ratisbona, en el que, mal aconsejado, caricaturizó al islam como la religión de la violencia y la inhumanidad, atrayéndose así la duradera desconfianza de los musulmanes.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de la reconciliación con los pueblos nativos colonizados de Latinoamérica: el Papa afirma con toda seriedad que estos "anhelaban" la religión de sus conquistadores europeos.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de ayudar a los pueblos africanos en la lucha contra la superpoblación, aprobando los métodos anticonceptivos, y en la lucha contra el sida, admitiendo el uso de preservativos.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de concluir la paz con las ciencias modernas: reconociendo inequívocamente la teoría de la evolución y aprobando de forma diferenciada nuevos ámbitos de investigación, como el de las células madre.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de que también el Vaticano haga, finalmente, del espíritu del Concilio Vaticano II la brújula de la Iglesia católica, impulsando sus reformas.
Este último punto, estimados obispos, es especialmente grave. Una y otra vez, este Papa relativiza los textos conciliares y los interpreta de forma retrógrada contra el espíritu de los padres del concilio. Incluso se sitúa expresamente contra el concilio ecuménico, que según el derecho canónico representa la autoridad suprema de la Iglesia católica:
- Ha readmitido sin condiciones en la Iglesia a los obispos de la Hermandad Sacerdotal San Pío X, ordenados ilegalmente fuera de la Iglesia católica y que rechazan el concilio en aspectos centrales.
- Apoya con todos los medios la misa medieval tridentina y él mismo celebra ocasionalmente la eucaristía en latín y de espaldas a los fieles.
- No lleva a efecto el entendimiento con la Iglesia anglicana, firmado en documentos ecuménicos oficiales (ARCIC), sino que intenta atraer a la Iglesia católico-romana a sacerdotes anglicanos casados renunciando a aplicarles el voto de celibato.
- Ha reforzado los poderes eclesiales contrarios al concilio con el nombramiento de altos cargos anticonciliares (en la Secretaría de Estado y en la Congregación para la Liturgia, entre otros) y obispos reaccionarios en todo el mundo.
El Papa Benedicto XVI parece alejarse cada vez más de la gran mayoría del pueblo de la Iglesia, que de todas formas se ocupa cada vez menos de Roma y que, en el mejor de los casos, aún se identifica con su parroquia y sus obispos locales.
Sé que algunos de vosotros padecéis por el hecho de que el Papa se vea plenamente respaldado por la curia romana en su política anticonciliar. Esta intenta sofocar la crítica en el episcopado y en la Iglesia y desacreditar por todos los medios a los críticos. Con una renovada exhibición de pompa barroca y manifestaciones efectistas cara a los medios de comunicación, Roma trata de exhibir una Iglesia fuerte con un "representante de Cristo" absolutista, que reúne en su mano los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Sin embargo, la política de restauración de Benedicto ha fracasado. Todas sus apariciones públicas, viajes y documentos no son capaces de modificar en el sentido de la doctrina romana la postura de la mayoría de los católicos en cuestiones controvertidas, especialmente en materia de moral sexual. Ni siquiera los encuentros papales con la juventud, a los que asisten sobre todo agrupaciones conservadoras carismáticas, pueden frenar los abandonos de la Iglesia ni despertar más vocaciones sacerdotales.
Precisamente vosotros, como obispos, lo lamentaréis en lo más profundo: desde el concilio, decenas de miles de obispos han abandonado su vocación, sobre todo debido a la ley del celibato. La renovación sacerdotal, aunque también la de miembros de las órdenes, de hermanas y hermanos laicos, ha caído tanto cuantitativa como cualitativamente. La resignación y la frustración se extienden en el clero, precisamente entre los miembros más activos de la Iglesia. Muchos se sienten abandonados en sus necesidades y sufren por la Iglesia. Puede que ese sea el caso en muchas de vuestras diócesis: cada vez más iglesias, seminarios y parroquias vacíos. En algunos países, debido a la carencia de sacerdotes, se finge una reforma eclesial y las parroquias se refunden, a menudo en contra de su voluntad, constituyendo gigantescas "unidades pastorales" en las que los escasos sacerdotes están completamente desbordados.
Y ahora, a las muchas tendencias de crisis todavía se añaden escándalos que claman al cielo: sobre todo el abuso de miles de niños y jóvenes por clérigos -en Estados Unidos, Irlanda, Alemania y otros países- ligado todo ello a una crisis de liderazgo y confianza sin precedentes. No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005), en la que ya bajo Juan Pablo II se recopilaron los casos bajo el más estricto secreto. Todavía el 18 de mayo de 2001, Ratzinger enviaba un escrito solemne sobre los delitos más graves (Epistula de delitos gravioribus) a todos los obispos. En ella, los casos de abusos se situaban bajo el secretum pontificium, cuya vulneración puede atraer severas penas canónicas. Con razón, pues, son muchos los que exigen al entonces prefecto y ahora Papa un mea culpa personal. Sin embargo, en Semana Santa ha perdido la ocasión de hacerlo. En vez de ello, el Domingo de Ramos movió al decano del colegio cardenalicio a levantar urbi et orbe testimonio de su inocencia.
Las consecuencias de todos estos escándalos para la reputación de la Iglesia católica son devastadoras. Esto es algo que también confirman ya dignatarios de alto rango. Innumerables curas y educadores de jóvenes sin tacha y sumamente comprometidos padecen bajo una sospecha general. Vosotros, estimados obispos, debéis plantearos la pregunta de cómo habrán de ser en el futuro las cosas en nuestra Iglesia y en vuestras diócesis. Sin embargo, no querría bosquejaros un programa de reforma; eso ya lo he hecho en repetidas ocasiones, antes y después del concilio. Sólo querría plantearos seis propuestas que, es mi convicción, serán respaldadas por millones de católicos que carecen de voz.
1. No callar: en vista de tantas y tan graves irregularidades, el silencio os hace cómplices. Allí donde consideréis que determinadas leyes, disposiciones y medidas son contraproducentes, deberíais, por el contrario, expresarlo con la mayor franqueza. ¡No enviéis a Roma declaraciones de sumisión, sino demandas de reforma!
2. Acometer reformas: en la Iglesia y en el episcopado son muchos los que se quejan de Roma, sin que ellos mismos hagan algo. Pero hoy, cuando en una diócesis o parroquia no se acude a misa, la labor pastoral es ineficaz, la apertura a las necesidades del mundo limitada, o la cooperación mínima, la culpa no puede descargarse sin más sobre Roma. Obispo, sacerdote o laico, todos y cada uno han de hacer algo para la renovación de la Iglesia en su ámbito vital, sea mayor o menor. Muchas grandes cosas en las parroquias y en la Iglesia entera se han puesto en marcha gracias a la iniciativa de individuos o de grupos pequeños. Como obispos, debéis apoyar y alentar tales iniciativas y atender, ahora mismo, las quejas justificadas de los fieles.
3. Actuar colegiadamente: tras un vivo debate y contra la sostenida oposición de la curia, el concilio decretó la colegialidad del Papa y los obispos en el sentido de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro tampoco actuaba sin el colegio apostólico. Sin embargo, en la época posconciliar los papas y la curia han ignorado esta decisión central del concilio. Desde que el papa Pablo VI, ya a los dos años del concilio, publicara una encíclica para la defensa de la discutida ley del celibato, volvió a ejercerse la doctrina y la política papal al antiguo estilo, no colegiado. Incluso hasta en la liturgia se presenta el Papa como autócrata, frente al que los obispos, de los que gusta rodearse, aparecen como comparsas sin voz ni voto. Por tanto, no deberíais, estimados obispos, actuar solo como individuos, sino en comunidad con los demás obispos, con los sacerdotes y con el pueblo de la Iglesia, hombres y mujeres.
4. La obediencia ilimitada sólo se debe a Dios: todos vosotros, en la solemne consagración episcopal, habéis prestado ante el Papa un voto de obediencia ilimitada. Pero sabéis igualmente que jamás se debe obediencia ilimitada a una autoridad humana, solo a Dios. Por tanto, vuestro voto no os impide decir la verdad sobre la actual crisis de la Iglesia, de vuestra diócesis y de vuestros países. ¡Siguiendo en todo el ejemplo del apóstol Pablo, que se enfrentó a Pedro y tuvo que "decirle en la cara que actuaba de forma condenable" (Gal 2, 11)! Una presión sobre las autoridades romanas en el espíritu de la hermandad cristiana puede ser legítima cuando estas no concuerden con el espíritu del Evangelio y su mensaje. La utilización del lenguaje vernáculo en la liturgia, la modificación de las disposiciones sobre los matrimonios mixtos, la afirmación de la tolerancia, la democracia, los derechos humanos, el entendimiento ecuménico y tantas otras cosas sólo se han alcanzado por la tenaz presión desde abajo.
5. Aspirar a soluciones regionales: es frecuente que el Vaticano haga oídos sordos a demandas justificadas del episcopado, de los sacerdotes y de los laicos. Con tanta mayor razón se debe aspirar a conseguir de forma inteligente soluciones regionales. Un problema especialmente espinoso, como sabéis, es la ley del celibato, proveniente de la Edad Media y que se está cuestionando con razón en todo el mundo precisamente en el contexto de los escándalos por abusos sexuales. Una modificación en contra de la voluntad de Roma parece prácticamente imposible. Sin embargo, esto no nos condena a la pasividad: un sacerdote que tras madura reflexión piense en casarse no tiene que renunciar automáticamente a su estado si el obispo y la comunidad le apoyan. Algunas conferencias episcopales podrían proceder con una solución regional, aunque sería mejor aspirar a una solución para la Iglesia en su conjunto. Por tanto:
6. Exigir un concilio: así como se requirió un concilio ecuménico para la realización de la reforma litúrgica, la libertad de religión, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, lo mismo ocurre en cuanto a solucionar el problema de la reforma, que ha irrumpido ahora de forma dramática. El concilio reformista de Constanza en el siglo previo a la Reforma acordó la celebración de concilios cada cinco años, disposición que, sin embargo, burló la curia romana. Sin duda, esta hará ahora cuanto pueda para impedir un concilio del que debe temer una limitación de su poder. En todos vosotros está la responsabilidad de imponer un concilio o al menos un sínodo episcopal representativo.
La apelación que os dirijo en vista de esta Iglesia en crisis, estimados obispos, es que pongáis en la balanza la autoridad episcopal, revalorizada por el concilio. En esta situación de necesidad, los ojos del mundo están puestos en vosotros. Innúmeras personas han perdido la confianza en la Iglesia católica. Para recuperarla sólo valdrá abordar de forma franca y honrada los problemas y las reformas consecuentes. Os pido, con todo el respeto, que contribuyáis con lo que os corresponda, cuando sea posible en cooperación con el resto de los obispos; pero, si es necesario, también en solitario, con "valentía" apostólica (Hechos 4, 29-31). Dad a vuestros fieles signos de esperanza y aliento y a nuestra iglesia una perspectiva.
Os saluda, en la comunión de la fe cristiana,
Hans Küng.

Hans Küng es catedrático emérito de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga (Alemania) y presidente de Global Ethic.

domingo, 21 de marzo de 2010

EL PEREGRINO: Las reglas del Camino

I. El camino se recorre a plena luz del día, arrojada en el Sendero por Quienes saben y guían. Entonces nada puede ocultarse y, en cada recodo del Camino, el hombre debe enfrentarse a sí mismo.

II. En el camino se revela lo oculto. Cada uno ve y conoce la villanía del otro. Sin embargo, a pesar de esa gran revelación, nadie retrocede, no se desprecian mutuamente, ni vacilan en el Camino. El Camino sigue adelante hacia el día.

III. Ese Camino no se recorre solo. No hay prisa ni apremio. Sin embargo, no hay tiempo que perder. Cada peregrino, sabiéndolo, apresura su paso y se encuentra circundado por sus semejantes. Unos van adelante, él los sigue. Otros se quedan atrás, él les marca el paso. No camina solo.

IV. Tres cosas debe evitar el Peregrino. Llevar un capuchón; un velo que oculte su rostro a los demás; un cántaro que sólo contenga suficiente agua para su propia necesidad; un báculo sin orqueta en que aferrarse.

V.Cada Peregrino en el Camino debe llevar consigo lo que necesita: un brasero para dar calor a sus compañeros; una lámpara para alumbrar su corazón y mostrar a sus semejantes la naturaleza de su vida oculta; oro en una talega, que no lo malgaste en el Camino, pero lo comparta con los demás; una vasija sellada donde guarda todas sus aspiraciones para ofrendarlas a los pies de Aquel Que espera darle la bienvenida en el portal - una vasija sellada.

VI. A medida que recorre el Camino, el Peregrino debe tener el oído atento, la mano dadivosa, la lengua silenciosa, el corazón casto, la voz áurea, el pie rápido y el ojo abierto, que ve la Luz. El sabe que no camina solo.

D.K.

viernes, 19 de marzo de 2010

La crisis actual

La evolución humana ha seguido, en el trascurso de los tiempos hasta el presente, el patrón o la estructura de muchos de los cuentos tradicionales que conocemos: se inician con la crisis de la situación establecida, hay una confrontación entre lo correcto y lo incorrecto, hay pruebas a vencer, logros a conquistar, procesos de transformación de la sociedad hacia un nivel de conciencia mayor y establecimiento de un nuevo orden. Este patrón se desenvuelve cíclica y repetidamente desde el  inicio de la historia.

Asimismo, estas cadenas cíclicas de “crisis-superación de obstáculos-crecimiento” tienen la característica de ser cada vez más extensas –abarcan a mayor número de seres humanos- y más elevadas –las transformaciones son más profundas y también más rápidas.

En las fases de crisis nunca han faltado los pronósticos agoreros en forma de catástrofes, guerras, ruinas económicas, complots financieros y políticos,  epidemias, fin del mundo, etc. En estos días de crisis, los leemos por doquier: en páginas web, blogs, en foros, en tv, en el cine, etc.

Debemos de comprender que estas formas de expresión parten del más puro y desconocido miedo de los que lo pregonan y de los que se adhieren. Asimismo, no favorecen en absoluto el cambio que debemos experimentar. Es una especie de lastre del cual nos debemos liberar.

No todos han comprendido que la finalidad de estas fases de crisis es la de profundizar en los lazos que desde el corazón nos unen. El Amor compartido es el trabajo a realizar.

En esta situación de miedo individual y colectivo, prestamos una especial atención a todos aquellos sucesos que confirman nuestro estado de miedo: terremotos, violencia, desempleo, falta de oportunidades, terrorismo, etc.

Para superar esa tendencia podemos profundizar nuestra mirada. Si realmente afrontamos el presente mediante una correcta atención a todo lo que nos circunda: podemos comprender que, por ejemplo,  un terremoto es una oportunidad que se nos ofrece al resto del mundo para desarrollar nuestro espíritu de cooperación y solidaridad (como así está siendo). Muchas personas trasladan ese espíritu de amor, que resulta incuestionable cuando lo vemos en televisión,  a otras personas más cercanas de su entorno y que son habitualmente transparentes a las noticias. Nos referimos a amigos, familiares, compañeros de trabajo, conocidos, etc., que tal vez tan solo nos están pidiendo que les escuchemos ante un problema que les angustia, o tal vez que le dediquemos un poco más de calidad a la compañía que les brindamos.

Venimos a decir, en definitiva, que estas fases de crisis, ya sean sociales, económicas, personales, o de la índole que sean, son oportunidades para influenciar positivamente el ambiente que nos rodea. Por analogía vibratoria iremos creando impactos directos en el corazón de la humanidad.

Seamos faros de Luz divina. Difundamos, pongamos en la práctica, seleccionemos  todas aquellas acciones que redunden en la Unidad de los hombres, en la ayuda mutua sin distinción de credos, culturas, razas o religiones.

Esto puede parecer una declaración de intenciones muy bella, pero tiene una aplicación real e inmediata en nuestro entorno y nuestro día a día. Aplaudamos aquellas iniciativas políticas y sociales que favorecen la ayuda a los más necesitados, ya sean pobres, desempleados, inmigrantes, etc. Valoremos positivamente aquellas propuestas que reclaman la Unidad de partidos políticos, grupos sociales, países, religiones, etc. Apoyemos aquellas iniciativas que intenten resolver problemas globales, medioambientales, sociales. Apartémonos de aquellos que sin proponer alternativas ni soluciones claras y realistas, dedican  su tiempo a descreditar, a expandir la preocupación y el desastre, obteniendo beneficio de la desunión y la crispación,… la Vida ya les hará ver el error en sus propios espejos.

Desconfiad de aquellos que se crean poseedores del verdadero conocimiento, de aquellos que predicen futuras guerras mundiales, próximos apocalipsis, complots o tramas financieras o políticas, dietas alimentarias milagrosas, etc., etc.

Seamos felices, aprendamos a sentir gozo - basado en el conocimiento de que la humanidad ha triunfado siempre y ha avanzado y progresado a pesar de los aparentes fracasos y la destrucción de las civilizaciones pasadas -, gozo fundado en la inquebrantable creencia de que todos los hombres son almas y que los “puntos de crisis” son factores de utilidad comprobada para atraer el poder de esa alma, tanto en el hombre individual como en una raza o en toda la humanidad; gozo relacionado con la bienaventuranza que caracteriza al alma en su propio nivel.

 Reflexionemos sobre estos pensamientos y recordemos que todos estamos enraizados en el centro de nuestro Ser y, por consiguiente, podemos ver al mundo realmente con visión ilimitada, permanecer imperturbables, conociendo la finalidad desde el principio y sabiendo que el amor triunfará.

sábado, 27 de febrero de 2010

Bienvenido/a a Betania

Betania es un espacio dedicado a la trascendencia en nuestra vida cotidiana.
En este blog pretendemos dejar constancia de vuestros comentarios, sugerencias y/o aportaciones.
Os invitamos a que aportéis, por ejemplo, vuestras opiniones o experiencias personales.
Estamos seguros que seran muy valiosas para los/as posibles lectores/as.

Un fraternal abrazo.

Betania